Siempre pensé que nunca se acabaría, que siempre iba a estar allí, en su Chepén querido, que siempre lo vería cada vez que volviese.
Mis primeros recuerdos con él son sensaciones de arropamiento y cariño, en sus brazos. De niña, tenía pataleta antes de dormir y antes de ponerme más rabiosa él me cogía de la mano, me miraba y me decía secretamente "vamos a botar el indio": íbamos a la plaza de armas, dábamos una vuelta, imagino, y santo remedio adormecía en sus brazos.
Para mí era como un libro abierto, justo sabía lo que necesitaba. Mi primer carro a pedales, ¡rojo!. Como en nuestra pequeña ciudad no había tienda donde comprarlo, un amigo y él arreglaron uno y quedó lindo, lindo! Era eso lo que yo quería; ¿por qué siempre muñecas? Carros; él sabía que yo quería un carro.
Llegó agosto y todos los chicos estaban en la calle con sus cometas y nosotros comenzamos a hacer una, no muy grande, pero con una buena cola hecha de los retazos que siempre tenía la mamá Angélica y la mamá Anita y bastante pabilo. Como era la primera vez y la calle donde vivíamos parecía chica, fuimos a otra mayor y sin cables eléctricos; allí sí, qué lindo volaba.
Él siempre sabía lo que yo quería: trompo, saltasoga, ajedrez y, en Navidad, mi bici; no lo podía creer: desperté el 25 de diciembre y, al pie de mi cama, estacionada mi bicicleta!!!!!!!!! Roja y blanca, Mister; patitas me faltaron para salir a la calle a probarla. Él sujetaba el asiento de atrás y yo iba tembleque al timón y casi siempre en línea oblicua, pero nunca me caí, hasta que al fin fui derecha, pero ni quería voltear para saber si aún seguía sujeta o no. Paré dos cuadras más abajo, frente a la casa de mi abuela. Con un pie en la vereda y otro en el pedal bajé, di vuelta a la bici y empecé a temblequear nuevamente.
La Navidad, qué linda era! Íbamos al monte a buscar un árbol, en realidad un tronco con muchas ramas para colgar las bombas de colores, siempre la naturaleza muy presente, siempre natural, creo que algunas veces lo pintaba de blanco.
El día de San Sebastián, la fiesta patronal. Don Juan, ¿cómo podemos hacer para que la cuadra se vea bonita? Y Don Juan inmediatamente daba las indicaciones, manos a la obra y todo salía lindo.
Mis primeras clases de pintura, tajar bien el lápiz, hacer lienzos, la admiración por Miguel Angel, la perspectiva, la división de la cabeza y el cuerpo humano; un artista!
Por las noches, cuando se iba la luz y estábamos la familia reunida, comenzaba a contar historias y todos nos poníamos muy atentos a los cambios de su voz, sus desplazamientos. Cómo no, si muchos años hizo teatro.
Siempre estaba pendiente de toda la familia: llamen a su tía Susana; vamos a mandar una encomienda a mi Pochita; ¿qué saben de la familia Silva?
Qué lindo verlo pasar cerca de mamá Angélica y acercarse y darle un beso en su cabecita; mi Quelita le decía, con tanto cariño.
Nunca escuché malas palabras ni malas formas de hablar, nunca habló mal de nadie, siempre hizo todo con mucho cariño y con mucha terquedad por veces.
Cada vez que conocía una nueva faceta de su vida me quedaba admirada: además de profesor fue soldado también, entrenador de basketball de las "Águilas Negras"; allí conoció a mi papá, Girama era su apodo. Muy comprometido con la política, de la de verdad.
Después de un tiempo, yo ya trabajaba y él ya tenía muchos años y no muy bien de salud, yo no quería verlo viejo, él nunca se sintió así, pero para mí todo cambió en un día: se cayó, las piernas no le funcionaron bien y se cayó. Fui corriendo en su ayuda, lo cogí entre mis brazos y su carita... por primera vez lo vi tan desvalido y hasta parecía un poquito avergonzado.
Llegaron sus 100 años y la última vez que lo vi ya tenía 102; cumplió 103 y su cuerpo tan sabio como su vida se apagó, y yo no estuve.
Gracias papá Juan, qué suerte tuve de haber sido tu nieta; soy una afortunada porque la relación de un nieto con su abuelo es muy especial.